"Todos somos americanos", dijo el presidente Barack Obama el 17 de diciembre, cuando anunció el fin de más de medio siglo de Guerra Fría con Cuba. El mensaje se dirigía a los cubanos, pero se escuchó en todo el continente. Con el giro de la política cubana, Estados Unidos quería enterrar décadas de recelos con sus vecinos del sur.
La doctrina Obama de diálogo, diplomacia y multilateralismo tiene su versión latinoamericana. Pero en esta región, donde los agravios hacia el vecino del norte reales o imaginarios son una pieza valiosa del tablero geopolítico, nada es tan sencillo.
Reforzado por el pacto nuclear con Irán y por el inicio del deshielo con Cuba, Obama llegó la noche de este jueves a Panamá con el propósito de normalizar las relaciones con el continente, donde también se encuentra ya Raúl Castro. Las tensiones con Venezuela demuestran que el fin de la Guerra Fría panamericana no ocurrirá en dos días.
La VII Cumbre de las Américas, la reunión trienal de los jefes de Estado y de Gobierno, será la última de Obama antes de abandonar la Casa Blanca en 2017. Nunca, desde que en 2009 llegó al poder, Obama había disfrutado de una situación tan ventajosa ante los líderes americanos.
El aire se ha despejado entre EE UU y el viejo patio trasero, tras años en los que pareció que Obama se despreocupaba del continente. El anuncio de que Washington y La Habana restablecerían las relaciones diplomáticas lo cambia todo. El cónclave panameño debe ser el escenario de la foto de ambos presidentes, Barack Obama y Raúl Castro, para fijar la reconciliación.
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